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Historias desde la camilla 1: El orgasmo que pensó que nunca volvería a tener

  • Foto del escritor: Edu C
    Edu C
  • 16 oct 2024
  • 2 Min. de lectura




Estaba en sus últimos 50—ojos amables, una sonrisa serena, y una presencia que invitaba a acercarse y escuchar. Había una calma en él, pero también una resignación silenciosa, apenas escondida bajo la superficie.


“Hace más de un año,” me dijo. “Desde la última vez que tuve un orgasmo. Tal vez sea la edad… o mi próstata. Creo que esa parte de mi vida ya terminó.”

No te decepciones si no me pongo duro, añadió, medio en broma pero con sinceridad. Solo quiero disfrutar de mi cuerpo.

Me explicó que sus problemas crónicos con la prostatitis lo habían dejado desanimado y desconectado.


Lo dijo con sencillez, sin amargura. Solo una tristeza tranquila, envuelta en aceptación. Pero no se trataba solo del orgasmo. Pude sentir que, en el fondo, había un anhelo más profundo.


Lo que él deseaba no era simplemente liberarse—era reconectarse.

Reconectarse con su cuerpo.

Con el placer.

Con su vitalidad.

Con el hombre que alguna vez supo ser.


No necesitaba rendimiento ni presión.

Necesitaba permiso.

Para ablandarse. Para sentir. Para no tener que esforzarse.


Durante nuestra sesión, no intenté “arreglar” nada.

Escuché.

Me sintonizé con él.


Empezamos con la respiración, la presencia, y el contacto terapéutico—un toque simple y enraizante que ayudó a su cuerpo a comenzar a soltar. Poco a poco, lo fui guiando fuera de la mente y de regreso a la sensación.


Sentí cómo su sistema nervioso empezaba a cambiar. La armadura comenzaba a disolverse.

No había prisa ni expectativas—solo el ritmo sagrado del momento.


Cuando introduje la estimulación prostática, no fue como una técnica, sino como una ofrenda. Una manera de encontrarnos con su cuerpo con lentitud y reverencia. El toque fue consciente, íntimo—nunca clínico. No estábamos buscando un resultado. Estábamos cultivando seguridad, entrega y confianza.


Y entonces, ocurrió algo hermoso.


Su respiración se profundizó.

Sus músculos se relajaron.

Su cuerpo se soltó.


Se permitió ser sentido, no solo tocado.

Y en ese espacio de presencia total, su cuerpo se abrió a un orgasmo profundo y expansivo, como no había sentido en años.


Después se quedó en silencio, tumbado.

Su rostro reflejaba sorpresa y alegría—tranquila, sincera.


Me miró y dijo suavemente:


“No pensé que podría volver a sentir eso. Es como si hubiera recuperado una parte de mí.”

Nos quedamos en ese silencio—honrando el momento.

Sin necesidad de explicar.

Sin necesidad de entender.

Solo dos seres humanos compartiendo un espacio. Uno de ellos, regresando a casa en su propio cuerpo.



Por qué comparto esto


Esta historia no trata solo del orgasmo.

Trata de la profunda necesidad humana de sentir—de reconectarse con la energía erótica, de saber que el cuerpo sigue vivo, capaz de gozo, de intimidad, de liberación emocional.


Muchos hombres, especialmente con la edad, llevan una vergüenza silenciosa sobre lo que creen haber “perdido”.

Renuncian al placer. Al deseo. A ser vistos y celebrados.


Pero la sanación es posible.

El placer es posible.

Y el cuerpo recuerda.


Este es el corazón de mi trabajo.

Y estas son las historias que quiero seguir compartiendo contigo.


Con calidez y presencia,

Edu

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